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               Whisky 
                ¿a quién coño le importa cuánto 
                son nueve pesos? 
                  
              Cine uruguayo. Ese en el que los 
                tipos hablan como Valdano pero no salen ni Ricardo Darín 
                ni Federico Luppi. Juan Pablo Rebella y Pablo Stoll, los directores 
                de "Whisky", no saben lo que es un travelling. Ni falta 
                que les hace para contar esta historia de imposturas, medias y 
                bombonas de oxígeno. 
              Jacobo se toca los huevos. 
                Tiene un pequeño negocio de fabricación de calcetines 
                con más mugre que los sobacos del señor Barragán 
                y la rutina se lo merienda vivo. En su vida sólo se cruzan 
                sus dos empleadas rasas y Marta, la supervisora y secretaria. 
                Se saludan con la cabeza y luego cada uno a lo suyo. Todos los 
                días lo mismo. Menos variedad que en un guión de 
                "Siete Vidas".  
              Y llovía, 
                llovía... 
              Pero la cosa cambia cuando Herman, 
                el hermano de Jacobo, decide visitarle para la celebración 
                del Matzeivah de su madre, muerta hace algún tiempo. A 
                Jacobo le entran las prisas y los agobios. Su hermano no puede 
                verle solo y amargado. Al menos solo. Así que le propone 
                a Marta que se haga pasar por su esposa durante el tiempo que 
                Herman esté en Uruguay. Si por Jacobo fuese hubiera elegido 
                a una Ivonne Reyes o a una Valeria Mazza, pero su 
                círculo de relaciones no es demasiado amplio. Así 
                que sólo queda Marta. Con su cara de acelga y sus 
                cigarrillos furtivos. Y Marta acepta. 
              Jacobo se conforma y se para, y no 
                piensa más. Ni coartadas, ni historias, ni falsas fotos 
                de boda. Que piense ella. Bastante hace con darle una alianza 
                de bodas que encuentra en un kinder sorpresa. Cuando llega 
                Herman la apatía de Jacobo se mantiene intacta. Pero Marta 
                sí que cambia. Y espabila. Es lista, y piensa. Y el recién 
                llegado de Brasil es amable, tiene iniciativa y tiene pasta.  
              Una visita a Pirápolis, una 
                especie de Benidorm austral depresivo y decadente, sirve para 
                acercarles más. A Herman y Marta entre sí. A Jacobo, 
                a su miseria y a una lumbalgia galopante por no 
                tener los santos cojones de pedir una cama supletoria en recepción. 
                Y así pasan los días, entre karaokes, miradas de 
                merluza de antesdeayer y piscinas climatizadas. Cada uno 
                en su burbuja y Marta en la de todos. Por cierto, es una comedia. 
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                - Actualizado el 09-02-05 
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